El peligro del cerebrocentrismo en la neuropsicología: una crítica necesaria

En las últimas décadas, la neuropsicología ha tenido un notable auge, posicionándose como una disciplina fundamental para comprender la relación entre el cerebro y la conducta. Sin embargo, este crecimiento ha traído consigo una tendencia preocupante: el cerebrocentrismo, es decir, la reducción de la experiencia humana a procesos cerebrales, ignorando factores contextuales, sociales, culturales y emocionales. Aunque el cerebro es sin duda central para la conducta humana, sobredimensionar su rol puede llevar a errores conceptuales, clínicos y éticos.

El cerebrocentrismo promueve una visión determinista y biologicista del comportamiento, como si todo lo que somos pudiera explicarse únicamente por estructuras neuronales. Esto no solo empobrece la comprensión del ser humano, sino que puede tener consecuencias prácticas graves. Como señala Rose (2005), “la neurociencia ha sido utilizada para naturalizar las diferencias sociales, justificar desigualdades y patologizar comportamientos desviados del ideal normativo”. En otras palabras, se corre el riesgo de usar explicaciones cerebrales para invisibilizar el impacto de la pobreza, el trauma, la cultura o la discriminación en la salud mental.

Desde la neuropsicología, esto se vuelve especialmente problemático cuando se interpreta el rendimiento cognitivo de una persona sin considerar su historia de vida, entorno educativo o contexto sociocultural. Ardila (2018) subraya que “la interpretación de pruebas neuropsicológicas requiere una comprensión del contexto cultural del evaluado, ya que la cognición no puede separarse de la cultura”. Evaluar funciones ejecutivas, lenguaje o memoria sin reconocer estos aspectos puede llevar a diagnósticos erróneos y tratamientos inapropiados.

Además, el enfoque cerebrocentrista puede deshumanizar el abordaje clínico. Como advierte Fernández (2020), “cuando los profesionales se enfocan exclusivamente en el daño cerebral, corren el riesgo de olvidar que están tratando a una persona, no a un órgano”. La práctica neuropsicológica ética y efectiva debe integrar la dimensión biológica con la subjetividad de cada individuo, sus relaciones y su historia.

Por tanto, aunque la neuropsicología ha aportado valiosos conocimientos sobre el cerebro humano, es necesario mantener una postura crítica frente al cerebrocentrismo. La conducta humana es el resultado de una compleja interacción entre lo biológico, lo psicológico y lo social. Reducirla a circuitos neuronales no solo es científicamente inexacto, sino también éticamente cuestionable. El desafío de la neuropsicología contemporánea es precisamente integrar sin reducir, comprender sin simplificar.


Referencias

  • Ardila, A. (2018). Culture and neuropsychology: A review. International Journal of Psychology, 53(2), 85-92.

  • Fernández, A. (2020). Ética y neuropsicología: entre la objetividad científica y la subjetividad humana. Revista Argentina de Neuropsicología, 17(1), 15-22.

  • Rose, N. (2005). The neurochemical self and its anomalies. In Biological citizenship, 9(1), 407–425


Dr. Angel Espinoza Mora M.PSc
Especialista en psicología clínica y de la salud
Especialista en praxis forense
Especialista en neuropsicología clínica
drespinozacr@gmail.com

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